Prólogo. Por Juan Martín Camacho.
El 2 de Enero de 1914, se puso  por primera vez ante una cámara de Cine un actor británico encarnando a un vagabundo triste y patético llamado Charlot. Por aquel entonces nada hacía presagiar que aquel vagabundo, a veces algo malicioso pero poseedor de un gran corazón con el transcurrir de los años acabaría siendo el icono más representativo del Séptimo Arte.
Se han cumplido 100 años del nacimiento del personaje más famoso nacido del celuloide, Charlot, el vagabundo que dio la espalda a todas las patrias, el vagabundo capaz de quitar un trozo de pan a un niño de clase alta, pero siempre dispuesto a ayudar a los más desvalidos y desprotegidos.
Aún hoy día no se explica el maravilloso fenómeno por el cual un personaje con unos atributos (a priori) poco favorables llegó a convertirse en el personaje más fascinante del Cine.
Sus películas no conocen fronteras, su Cine es universal no importa la clase social, política, étnica o religiosa a la que pertenezca el espectador que contempla sus películas,  su obra es comprendida y admirada rápidamente. Algo muy especial debe de tener este patético y triste vagabundo para lograr de una manera escalofriante conmover el alma de todos los espectadores.


La película se inicia con un largo “travelling” que hace deslizar nuestra mirada hasta una mano de mujer crispada sobre el frasquito de un narcótico. El rostro está cerrado ya a la vida. Fuera, un hombre sube titubeando las escaleras para acceder al edificio.  Todo queda planteado ya: el tema y el ambiente. En el corazón de aquella imagen de LONDRES, que jamás había olvidado CHAPLIN van a encontrarse dos desesperaciones. Una la de la vida que no es; otra, la de la vida que ya no existe. La una ha elegido la abolición definitiva, la otra, ese tradicional olvido de la embriaguez. Y ante tres niños (que en realidad son los suyos) que están al pie de la escalera, CHAPLIN entra en su casa natal. Entra, de hecho, en su pasado, del cual toda la película será como una conmovedora resurrección. Ella, la chica que ha intentado suicidarse, sigue siendo la mujer niña que CHARLOT siempre ayudó. Y él, CALVERO, el borracho que sube las escaleras para acceder a su vivienda, sabemos de sobra que es CHARLOT, son sus mismos gestos inciertos, su mirada repentinamente fija. Desde las primeras imágenes sentimos un choque, el de su rostro desnudo. Aunque han pasado ya vario años de la última aparición de CHARLOT, no hay nada más que mirar a CALVERO para ver en su rostro, algo más avejentado, el rostro del eterno vagabundo.
CHAPLIN no se apresura a desvelar ese secreto, pero ya hemos entrado en el juego. Conocemos a TERRY y su amargura por no ser lo que ella ansiaba; conocemos a CALVERO y su angustia por no ser ya lo que fue antaño. He aquí el tema del drama; que no es el de la vida, sino el del tiempo. Estos seres representan su drama entre las candilejas y nosotros. Nosotros como espectadores estamos llamados a vivir y sufrir con estos seres cuyo drama íntimo conocemos más allá de las candilejas.
Desde que se encuentran, TERRY y CALVERO van a seguir por un instante un camino paralelo. Él le ayuda a curar; pero, ¿podrá ella, con su sola presencia, arrancarlo a él de esa soledad que le agobia?. Esa soledad del hombre que se ha dado a las multitudes y al que la multitud abandona cuando su necesidad de darse a ella sigue siendo en él tan viva y tan exigente como antaño. Él la consuela, emplea trucos para serle útil, la divierte. Pero ella, en cambio, no colma el vacío que a él le rodea, no logra mitigar el mal que él padece.
CALVERO le habla a TERRY sobre su futura felicidad. La arranca así al presente que le aplasta y le abre la vía de la esperanza. La anima a vivir salvándola de la desesperación.
Bajo una apariencia convencional, CALVERO representa un payaso fracasado. Es el payaso que ha dado su vida al teatro, que se ha consagrado al público y del cual el público se aparta ahora que ya no logra divertirles. Sentimos que su amargura está justificada. Sin embargo nada permite atribuir a CALVERO mas que un talento y un oficio mediocres. Los números que presenciamos no revelan un gran genio. CHAPLIN, sin duda, lo quiso así. Hubiera podido otorgar a su personaje su propio genio de mimo, pero posiblemente no lo hizo para concederle más humanidad y de esta forma hacer más patético y doloroso su fracaso.

 


TERRY intentó suicidarse porque no podía bailar, pero lo que paraliza a la joven es la falta de fe y de valor para luchar. Pacientemente CALVERO, vuelve a darle confianza, le ayuda a rehacer sus primeros pasos. Simultáneamente CALVERO vuelve a intentar una vez más subir a las tablas, pero le sobreviene un nuevo fracaso, dicho fracaso confirma definitivamente la decadencia del viejo payaso. Pero entonces  TERRY se acuerda de lo que CALVERO le ha enseñado; y ahora es ella quien le ayuda e intenta que Calvero recupere su fe, y gracias a este intercambio, logra ella olvidar repentinamente su derrota y vuelve a andar de nuevo. De esta forma CALVERO la salva por segunda vez. Pero la ha salvado a costa de su propia decadencia. El día del estreno del ballet TERRY logra cosechar gran éxito, CALVERO es testigo de ello y llora por ese triunfo que le conmueve, pero también llora por él mismo, pues aquel triunfo es a la vez su derrota. TERRY le confiesa entonces su amor, lo que ama en él es su dulzura, su alma, su tristeza, amor que no es compasión sino fe. TERRY ha comprendido que CALVERO le ha revelado a ella misma. Está ligada a él por la fuerza que le ha infundido. Sin embargo CALVERO rechaza  y se zafa de ese amor, pues sabe que  la felicidad de TERRY está fuera de él, que el transcurrir de la vida los separa inexorablemente y que ya es hora de que él la libere desapareciendo. Así se cumplirá su sacrificio. Al final el viejo payaso, antes de morir, tendrá la alegría de un último triunfo. Triunfo necesario para que se transmita su mensaje. Entonces comprendemos que hacía falta que uno se borrara para que la otra se afirmase, que la muerte era precisa para la vida. Esta compensación de la vida por la muerte los liga con mayor fuerza de cuanto nunca lo hubiera hecho el amor. La muerte, como el amor, es indispensable para la vida.
Este es el tema fundamental de CANDILEJAS. No se trata del amor de un hombre y de una mujer, sino de la transferencia de la vejez a la juventud, del movimiento de la vida. Ninguna  vida adquiere su sentido sino cuando se perfecciona precisamente en esa pérdida voluntaria, en esa desesperación que se ofrece en un arrebato de amor.
La esencia de CANDILEJAS es puramente espiritual. El amor de esos dos seres no se expresa siquiera por un gesto de ternura. CHAPLIN ha rechazado voluntariamente todo lo que podría concretar los sentimientos de sus personajes. Todo transcurre en esa extraña irradiación de los personajes, más abrasadora que la caricia o el beso. No se trata de pudor. Las lágrimas están siempre dispuestas a brotar de esos corazones llenos de ternura, de esperanza o de amargura. En esas miradas cargadas de amor se reflejan todas las pasiones, pero es precisamente esta espiritualidad la que  da a la película su grandeza.
La ambigüedad del problema de CALVERO está en que a la vez que invoca, rechaza la dependencia por la que tanto ha sufrido, y con la cual se ha embriagado. Y es ella, mucho más que su amor por TERRY, lo que constituye su drama. En realidad ambas cosas están ligadas, puesto que TERRY, más allá de la muerte de CALVERO, proseguirá el amor que CALVERO sentía por su arte. El amor humano no está allí sino como una comunión en el amor del artista por su creación.


Resumen extraído del maravilloso libro  “CHARLES CHAPLIN” de  Pierre Leprohon.